La ambición al servicio de la conciencia ¿o viceversa?
martes, junio 06, 2006
Por Christian Karpf. Columnista Atrabilioso.
Hace unos años Juan, el alumno indisciplinado y rebelde, se encontró en el patio del colegio 20 mil pesos, cosa que a finales de los ochenta era una cantidad considerable de dinero o como diría Juan “un buen billete”.
Sin embargo, para sorpresa de todos, Juan entregó el dinero al Rector del colegio, quien sabia con anterioridad que el jardinero del plantel había perdido esa cantidad de dinero, mientras adelantaba sus tareas en los prados de la institución.
A manera de broma, muchos decíamos que el Rector “le había devuelto los 15 mil pesos, pero la verdad fue que el jardinero recibió muy contento sus 20 mil pesos que ya daba por perdidos.
Ese mismo día en la tarde, hicieron formar a todos los alumnos en el patio de recreo y de inmediato el rector comenzó a relatar lo sucedido, pidiendo al final del discurso un fuerte aplauso para Juan por su honradez.
Todos los alumnos aplaudimos pero obviamente empezaron las confidencias y cuchicheos escolares:
-¿Veinte mil pesos?
-Eso es todo un billete…
-Mucha güeva, yo me los hubiera quedado
-No… de pronto yo si los hubiera devuelto… pero eran veinte mil
-Ahh… si hubieran sido cien mil si me los quedo...
Muchos dirán que son simples conversaciones de muchachos que se dan ante un evento inesperado como encontrar un dinero y devolverlo.
Este episodio lo recordé leyendo el libro “Más allá de la noche” de Germán Castro Caicedo. En el libro se cuenta la historia de un soldado profesional que participó en la retoma de la Zona de Despeje y, un miércoles Santo, su unidad encontró las caletas de las FARC con miles de dólares.
El libro cuenta que en el cerro Coreguaje, en el Caquetá, los soldados comenzaron a encontrar canecas llenas de dinero: primero fueron pesos colombianos y con el pasar de las horas y la ambición, fueron encontrando las canecas repletas de dólares.
Los soldados guardaban el dinero en todo lo que podían: en las medias, en las cantimploras, en los forros de las bolsas de dormir… cualquier sitio era bueno para guardar la “guaca”.
Sin embargo, el dinero era tanto que después de utilizar hasta el dobladillo de los pantalones, decidieron quemar lo que sobraba.
Cuando se conoció la noticia, hubo una hipócrita indignación nacional por la indelicadeza de los soldados. Sin embargo, como los comentarios que suscitó la honradez de Juan en el colegio, vox pupuli (vox dei), en todos los corrillos se hablaba y cuchicheaba ya no por 20 mil pesos sino por los millones de dólares que los soldados tendrían que devolver.
Seguramente muchos hablaban en voz baja y se ponían en el lugar de los soldados y esas conversaciones, con cifras distintas, debieron ser las mismas que se escucharon en el colegio el día del gesto de honradez de Juan.
Según Castro Caicedo, a cada soldado le correspondieron entre 500 y 750 mil dólares. No obstante, la ignorancia de estos uniformados para el manejo de divisas, los delató rápidamente.
Lo que se representa en estos dos casos es nuestra conciencia colombiana, que se caracteriza por la inmadurez que tenemos como sociedad para valorar a los demás y para advertir las consecuencias de nuestros actos.
Hemos crecido con valores hipotéticos que funcionan como trajes de gala y con valores prácticos que son como el diario vestir. Dentro de los “valores” prácticos encontramos frases que resumen nuestra forma de pensar:
- El vivo vive del bobo- entendiéndose como bobo al honrado.
- Coma callado- o -si no lo hago yo lo hace otro-, como quien dice, yo soy otro.
Reflexiones de ese estilo conforman mucho del ideario nacional, cuya practicidad no se detiene a evaluar si las acciones van en contra de una cantidad de valores o si son trampas que intentan acallar la conciencia.
Estos “valores prácticos” son los que se evidencian a diario en nuestra sociedad y son los que estamos tratando de enderezar a la fuerza.
Tal vez llegó el momento de la responsabilidad, del reconocimiento de los valores cuyo respeto y acatamiento nos permitirá llegar a un nuevo nivel como sociedad, pues de la responsabilidad en el cumplimiento de esos valores (la ley brinda el marco para no salirse de ellos) dependerá en buena medida que Colombia aspire a una reconstrucción que nos encamine hacia el desarrollo.
Pero eso solo depende de cada uno de nosotros, como diría Mockus en la entrevista concedida a Jaime Restrepo: “los ciudadanos son los que asimilan las políticas publicas y las terminan de volver realidad. La mejor política de salud o de educación, si no es comprendida y apoyada por los ciudadanos, puede fracasar.”
El reto para cada uno es negarse a recorrer los atajos, pues “la sociedad es lo que el individuo es”.
Hace unos años Juan, el alumno indisciplinado y rebelde, se encontró en el patio del colegio 20 mil pesos, cosa que a finales de los ochenta era una cantidad considerable de dinero o como diría Juan “un buen billete”.
Sin embargo, para sorpresa de todos, Juan entregó el dinero al Rector del colegio, quien sabia con anterioridad que el jardinero del plantel había perdido esa cantidad de dinero, mientras adelantaba sus tareas en los prados de la institución.
A manera de broma, muchos decíamos que el Rector “le había devuelto los 15 mil pesos, pero la verdad fue que el jardinero recibió muy contento sus 20 mil pesos que ya daba por perdidos.
Ese mismo día en la tarde, hicieron formar a todos los alumnos en el patio de recreo y de inmediato el rector comenzó a relatar lo sucedido, pidiendo al final del discurso un fuerte aplauso para Juan por su honradez.
Todos los alumnos aplaudimos pero obviamente empezaron las confidencias y cuchicheos escolares:
-¿Veinte mil pesos?
-Eso es todo un billete…
-Mucha güeva, yo me los hubiera quedado
-No… de pronto yo si los hubiera devuelto… pero eran veinte mil
-Ahh… si hubieran sido cien mil si me los quedo...
Muchos dirán que son simples conversaciones de muchachos que se dan ante un evento inesperado como encontrar un dinero y devolverlo.
Este episodio lo recordé leyendo el libro “Más allá de la noche” de Germán Castro Caicedo. En el libro se cuenta la historia de un soldado profesional que participó en la retoma de la Zona de Despeje y, un miércoles Santo, su unidad encontró las caletas de las FARC con miles de dólares.
El libro cuenta que en el cerro Coreguaje, en el Caquetá, los soldados comenzaron a encontrar canecas llenas de dinero: primero fueron pesos colombianos y con el pasar de las horas y la ambición, fueron encontrando las canecas repletas de dólares.
Los soldados guardaban el dinero en todo lo que podían: en las medias, en las cantimploras, en los forros de las bolsas de dormir… cualquier sitio era bueno para guardar la “guaca”.
Sin embargo, el dinero era tanto que después de utilizar hasta el dobladillo de los pantalones, decidieron quemar lo que sobraba.
Cuando se conoció la noticia, hubo una hipócrita indignación nacional por la indelicadeza de los soldados. Sin embargo, como los comentarios que suscitó la honradez de Juan en el colegio, vox pupuli (vox dei), en todos los corrillos se hablaba y cuchicheaba ya no por 20 mil pesos sino por los millones de dólares que los soldados tendrían que devolver.
Seguramente muchos hablaban en voz baja y se ponían en el lugar de los soldados y esas conversaciones, con cifras distintas, debieron ser las mismas que se escucharon en el colegio el día del gesto de honradez de Juan.
Según Castro Caicedo, a cada soldado le correspondieron entre 500 y 750 mil dólares. No obstante, la ignorancia de estos uniformados para el manejo de divisas, los delató rápidamente.
Lo que se representa en estos dos casos es nuestra conciencia colombiana, que se caracteriza por la inmadurez que tenemos como sociedad para valorar a los demás y para advertir las consecuencias de nuestros actos.
Hemos crecido con valores hipotéticos que funcionan como trajes de gala y con valores prácticos que son como el diario vestir. Dentro de los “valores” prácticos encontramos frases que resumen nuestra forma de pensar:
- El vivo vive del bobo- entendiéndose como bobo al honrado.
- Coma callado- o -si no lo hago yo lo hace otro-, como quien dice, yo soy otro.
Reflexiones de ese estilo conforman mucho del ideario nacional, cuya practicidad no se detiene a evaluar si las acciones van en contra de una cantidad de valores o si son trampas que intentan acallar la conciencia.
Estos “valores prácticos” son los que se evidencian a diario en nuestra sociedad y son los que estamos tratando de enderezar a la fuerza.
Tal vez llegó el momento de la responsabilidad, del reconocimiento de los valores cuyo respeto y acatamiento nos permitirá llegar a un nuevo nivel como sociedad, pues de la responsabilidad en el cumplimiento de esos valores (la ley brinda el marco para no salirse de ellos) dependerá en buena medida que Colombia aspire a una reconstrucción que nos encamine hacia el desarrollo.
Pero eso solo depende de cada uno de nosotros, como diría Mockus en la entrevista concedida a Jaime Restrepo: “los ciudadanos son los que asimilan las políticas publicas y las terminan de volver realidad. La mejor política de salud o de educación, si no es comprendida y apoyada por los ciudadanos, puede fracasar.”
El reto para cada uno es negarse a recorrer los atajos, pues “la sociedad es lo que el individuo es”.